Amplia sala, de estilo antiguo, en casa del capitán Horster. Al foro, puerta de dos hojas, abierta, que comunica con la antesala. En el lateral izquierdo, tres ventanas. En el derecho, un estrado con una mesita, sobre la cual hay dos candeleros con bujías, un jarro de agua, un vaso y un reloj. La sala está alumbrada por dos candelabros entre ventana y ventana. A la izquierda, en primer término, otra mesa, y sobre ella, una vela; al lado, una silla. En primer término derecha, otra puerta, e inmediatas, dos sillas mas.
Gran reunión de ciudadanos de todas las categorías sociales. Algunas mujeres y algunos
escolares. De continuo entra concurrencia por la puerta del foro, llenando completamente el local.
CIUDADANO 1.° (A otro con quien ha tropezado al entrar.)
- ¿También tú has venido esta noche, Lamstad?
LAMSTAD.
- Sí. No falto a ninguna reunión pública.
CIUDADANO 2.°
- Supongo que habrá traído usted el pito, ¿no? .
CIUDADANO 3.°
- ¡Hombre, no faltaba más! ¿Y usted?
CIUDADANO 2.º
- ¡Pues qué se ha creído! El capitán Evensen dijo que traería una bocina como una casa.
CIUDADANO 1.”
- ¡Qué bromista es ese Evensen! (Todos ríen.)
CIUDADANO 4.° (Aproximándose.)
- Oiga, ¿puede usted decirme qué es lo que pasa aquí esta noche?
LAMSTAD.
- Nada, que el doctor Stockmann pronuncia una conferencia contra el alcalde.
CIUDADANO 4.°
- ¿Contra su hermano?
CIUDADANO 1.°
- Es igual. Al doctor Stockmann no le da miedo nada.
CIUDADANO 5.º
- Pero esta vez no tiene razón. Así dice La Voz del Pueblo.
CIUDADANO 6.°
- Sin duda, por eso no han querido cederle local en la Sociedad de Propietarios ni en la de Ciudadanos.
CIUDADANO 1.°
- Hasta le han negado el salón del balneario.
CIUDADANO 2°
- Naturalmente…
HOMBRE 1.º (En otro grupo.)
- ¿Con quién debe uno estar de acuerdo en este asunto?
HOMBRE 2.° (Del mismo grupo.)
- No tiene usted más que observar a Aslaksen y hacer lo que él haga.
BILLING. (Con una cartera bajo el brazo, se abre paso entre la multitud.)
- ¡Perdón, señores! Con permiso. Vengo a tomar notas para La Voz del Pueblo… Muchas gracias. (Se sienta junto a la mesa de la izquierda.)
OBRERO l.°
- ¿Quién es?
OBRERO 2.0
- Pero ¿no le conoces? Ese Billing que está colocado en el periódico de Aslaksen.
(El capitán HORSTER entra por la primera puerta del lateral derecho, acompañando a la SEÑORA STOCKMANN y a PETRA. EJLIF y MORTEN vienen detrás.)
HORSTER.
- Supongo que aquí estarán ustedes bien. Desde su sitio pueden salir fácilmente en caso de que ocurriese algo.
SEÑORA STOCKMANN.
- ¿Cree usted que habrá tumulto?
HORSTER.
- Nunca se puede saber. Entra tanta gente… Pero siéntese y no se impaciente.
SEÑORA STOCKMANN. (Sentándose.)
- Ha sido usted muy amable al ofrecer a mi marido la sala.
HORSTER.
- Nadie quería hacerlo, y pensé que…
PETRA. (Quien a su vez se ha sentado.)
- ¡Y sobre todo ha sido usted muy valiente!
HORSTER.
- ¡Bah!, no creo que se necesite tanto valor para esto.
(HOVSTAD y ASLAKSEN llegan a través de la multitud por diferentes puntos.)
ASLAKSEN. (Dirigiéndose hacia HORSTER.)
- ¿No ha venido todavía el doctor?
HORSTER.
- Está esperando ahí dentro. (Movimiento cerca de la puerta del foro.)
HOVSTAD. (A BILLING.)
- Ahí tenemos al alcalde. ¿Le ve usted?
BILLING.
- ¡Sí, demonio! ¿Cómo se le ha ocurrido venir, a pesar de todo?
(El ALCALDE STOCKMANN se abre con lentitud camino entre los reunidos, saluda cortésmente y se acomoda junto al lateral izquierdo. Poco después aparece el DOCTOR STOCKMANN por la primera puerta del otro lateral. Viste abrigo negro y lleva al cuello un pañuelo blanco. Algunos de los circunstantes aplauden con timidez; pero los acalla un siseo discreto. Silencio.)
DOCTOR STOCKMANN. (A media voz.)
- ¿Cómo te encuentras, Catalina?
SEÑORA STOCKMANN. (Conmovida.)
- Bien, gracias. (Baja la voz.) ¡Ten calma, Tomás, por lo que más quieras !
DOCTOR STOCKMANN.
- Descuida. Sabré dominarme. (Consulta su reloj, sube al estrado y saluda.) Es la hora. Empiezo. (Abre el manuscrito.)
ASLAKSEN.
- Habrá que elegir antes un presidente.
DOCTOR STOCKMANN.
- No hace falta.
ALGUNAS VOCES.
- ¡Sí, sí! ¡Que se elija!
EL ALCALDE.
- Yo asimismo considero oportuno que se elija un presidente para encauzar las discusiones.
DOCTOR STOCKMANN.
- Pedro, esto es una conferencia, y yo soy quien ha invitado al público.
EL ALCALDE.
- Sí; pero una conferencia sobre el balneario puede originar disputas.
UNOS CUANTOS.
- ¡Que se elija un presidente, que se elija un. presidente!
HOVSTAD.
- La opinión pública reclama un presidente.
DOCTOR STOCKMANN. (Conteniéndose.)
- Bien, ¡sea! Acatemos la opinión del pueblo.
ASLAKSEN.
- ¿Desearía el señor alcalde encargarse de la presidencia?
EL ALCALDE.
- No puedo aceptar, por diversas causas que es fácil comprender. Pero tenemos la suerte de contar entre nosotros con una persona que todos aclamarán como presidente. Hablo del señor impresor Aslaksen, representante de la Sociedad de Propietarios.
OTROS MUCHOS.
- ¡Sí, sí! ¡Eso es! ¡Viva Aslaksen! (El doctor baja del estrado con el manuscrito en la mano.)
ASLAKSEN.
- Nombrado por la confianza de mis conciudadanos, acepto. (Sube al estrado.)
BILLING. (Tomando nota.)
- El señor Aslaksen… impresor… es… designado… presidente… entre aclamaciones de la multitud…
ASLAKSEN.
- En calidad de presidente, voy a permitirme dirigiros unas breves palabras. Soy un hombre moderado, que desea en todo una moderación reflexiva y… una reflexión moderada. Cuantos me conocen tienen ocasión de comprobarlo.
MUCHAS VOCES.
- ¡Muy bien, muy bien!
ASLAKSEN.
- Mi experiencia me ha enseñado que la moderación es el principal deber del ciudadano.
EL ALCALDE.
- ¡Muy bien!
ASLAKSEN.
- La reflexión y la moderación son de todo punto indispensables a la sociedad. De modo que invitaré al honorable ciudadano que ha tenido a bien convocarnos aquí a mantenerse dentro de los límites estrictos de la moderación.
UN HOMBRE CERCA DE LA PUERTA. (Con sorna.)
- ¡Viva la Sociedad de la Moderación!
VOCES.
- ¡Silencio!
ASLAKSEN,
- ¡Silencio, señores! ¿Quién desea hacer uso de la palabra?
EL ALCALDE.
- Yo, señor presidente.
ASLAKSEN.
- El señor alcalde tiene la palabra.
EL ALCALDE.
- En cuanto a mí, dado el cercano parentesco que me une al médico del balneario, como todo el mundo sabe, entiendo que hubiera sido preferible abstenerme de hablar en esta velada. Pero, por bien del balneario, por bien de toda la ciudad, estimo deber mío hacer la siguiente declaración: a mi juicio, ninguno de los ciudadanos presentes quiere que circulen rumores tendenciosos de la población y del balneario.
MUCHAS VOCES,
- ¡No! ¡Protestamos! ¡No, no!
EL ALCALDE,
- Así, pues, elevo a la asamblea el ruego de que se niegue al médico del balneario el permiso de leer su memoria y de hablar de esta cuestión.
DOCTOR STOCKMANN. (Sobresaltado.)
- ¡Cómo! ¿Prohibirme…?
EL ALCALDE.
- En la síntesis que he escrito y ha aparecido en La Voz del Pueblo, he aclarado las partes principales del asunto, para que todos los ciudadanos conscientes puedan someterlo a su juicio imparcial. En ella he demostrado que la denuncia del doctor, además de constituir un gesto hostil contra las personas que están en el poder, no traerá
otra consecuencia práctica que la de obligar a los contribuyentes a un gasto inútil de más de cien mil coronas.
(Gritos y silbidos.)
ASLAKSEN. (Haciendo sonar la campanilla.)
- ¡Silencio, señores! Apruebo la protesta del señor alcalde. A mi entender, el doctor Stockmann procura producir una agitación con otro fin al hablar de los baños. Pretende que se realice una modificación en el poder, y que recaiga éste en otras personas. Lógicamente, nadie duda de la honorabilidad del doctor Stockmann. Incluso yo soy partidario del parlamentarismo, si no ha de ser muy gravoso, claro está. Pero es que esto nos costaría demasiado dinero, y sería imperdonable en absoluto prestar apoyo a las ideas del doctor.
(Se oyen aplausos.)
HOVSTAD.
- Por mi parte, deseo hablar con sinceridad de mis apreciaciones personales. Confieso que he querido incitar al doctor Stockmann para conseguir la agitación, que al principio contaba con muchos partidarios. Pero nos hemos dado cuenta de que había sido sorprendida nuestra buena fe con datos falsos.
DOCTOR STOCKMANN.
- ¿Falsos?
HOVSTAD.
- Inexactos, al menos. Así lo demuestra la síntesis publicada por el señor alcalde. Presumo que nadie podrá dudar de mis sentimientos liberales. Todo el mundo sabe que La Voz del Pueblo siempre ha defendido esos sentimientos; pero los hombres de experiencia, los hombres reflexivos, me han enseñado que los asuntos locales hay que tratarlos con tacto.
ASLAKSEN.
- Estoy conforme por completo con las palabras del orador.
HOVSTAD.
- Por tanto, no cabrá la menor duda de que el doctor no piensa como la mayoría de los ciudadanos. Y yo pregunto: ¿cuál es la primera obligación de un periodista, señores, si no es estar siempre de acuerdo con el público? ¿Verdad que la misión de un periodista se reduce a ser útil a sus lectores? ¿Me equivoco opinando así? Decid.
MUCHOS.
- ¡Muy bien, muy bien!
HOVSTAD.
- Francamente, deploro mucho verme obligado a combatir contra el doctor, de quien he sido huésped. Se trata de una persona honrada que creo merece toda la consideración de sus conciudadanos. Su único error consiste en hacer más caso a su corazón que a su cabeza.
VOCES.
- ¡Muy bien! ¡Eso es! ¡Viva el doctor Stockmann!
HOVSTAD.
- Si he roto mis relaciones con él, lo he hecho en beneficio de todos. Pero hay otra razón que, a pesar mío, me fuerza a combatirle. Y esa razón, que me impele a detenerle en el mal camino que ha emprendido, es que me preocupa la felicidad de su familia.
DOCTOR STOCKMANN.
- Hágame el favor de no hablar más que de la toma de aguas y de la cloaca.
HOVSTAD.
- Me preocupa el porvenir de su mujer y de sus hijos, que aún no pueden valerse por sí mismos.
MORTEN. (Aparte, a CATALINA.)
- Está hablando de nosotros, mamá.
ASLAKSEN.
- Va a someterse a discusión la propuesta del señor alcalde, señores.
DOCTOR STOCKMANN.
- No es menester. Ya no pienso hablar del balneario. Voy a hablar de otra cosa.
EL ALCALDE. (En voz baja.)
- ¿Qué es eso?
UN BORRACHO. (Desde la puerta.)
- ¡Hombre! Yo pago mis impuestos como otro cualquiera y tengo derecho a votar. Esa es mi opinión. Quiero votar…
VARIAS VOCES.
- ¡Silencio!
OTRAS VOCES,
- ¡A la calle! Está borracho. ¡Largo de ahí! (Le expulsan de la sala.)
DOCTOR STOCKMANN.
- ¿Puedo hablar?
ASLAKSEN. (Volviendo a tocar la campanilla.)
- Tiene la palabra el doctor Stockmann.
DOCTOR STOCKMANN.
- Hace algunos días habría defendido valerosamente mis derechos si hubieran querido hacerme callar, como aquí acaba de ocurrir. Pero hoy ya no me importa. La cuestión de que voy a hablar es muy importante. (La multitud se agrupa alrededor suyo. Se ve entre ella al viejo MORTEN KUL.) Estos últimos días he estado pensando mucho. Tanto he pensado, que, en suma, he tenido miedo de volverme loco. Pero a la postre ha triunfado la verdad en mi espíritu, a pesar de todo. Por eso estoy aquí. ¡Ciudadanos!, repito que voy a hablaros de algo muy importante. En comparación con lo que voy a decir, no tiene ninguna importancia haber demostrado que las aguas del balneario están contaminadas, y que el balneario está mal construído.
VARIAS VOCES. (A gritos.)
- ¡Nada del balneario! ¡No queremos que se hable del balneario!
DOCTOR STOCKMANN.
- Como gustéis. Sólo voy a hablaros de un descubrimiento que acabo de hacer. He descubierto que la base de nuestra vida moral está completamente podrida, que la base de nuestra sociedad está corrompida por la mentira.
VARIAS VOCES. (Cuchichean con asombro.)
- ¿Qué es lo que dice?
EL ALCALDE.
- Esa insinuación…
ASLAKSEN. (Agitando la campanilla.)
- Se invita al orador a que se exprese con mayor moderación.
DOCTOR STOCKMANN.
- He querido a mi ciudad tanto como a mis hijos. Cuando tuve que dejarla, era yo muy joven, y la distancia, la nostalgia, el recuerdo del pasado siempre me la hacían ver transfigurada por el cariño. (Se oyen aplausos.) Después, he vivido largos años una vida melancólica, muy lejos, en una ciudad triste, y cada vez que veía a la pobre gente que vegetaba entre aquellas montañas, pensaba que habría sido mejor dar a aquellos seres salvajes un veterinario era vez de un médico como yo.
(Suenan murmullos.)
BILLING. (Dejando a un lado su pluma.)
- ¡Lléveme el diablo si jamás he oído cosas parecidas!
HOVSTAD.
- ¡Eso es insultar a una población honorable!
DOCTOR STOCKMANN.
- ¡Un momento! Me parece que nadie podrá decir que he perdido allá el cariño a mi país natal. La imaginación elaboraba ideas constantemente e hizo germinar en mí el propósito de fundar un balneario. (Hay aplausos y protestas.) Cuando tuve la dicha de regresar, creí, queridos conciudadanos, que se habían realizado todos mis deseos. Me animaba una ambición sincera, y ardiente de consagrar toda mi inteligencia, toda mi vida al bien público.
EL ALCALDE.
- ¡Bonito modo de hacerlo!
DOCTOR STOCKMANN.
- Con mi extraña ceguera vivía yo dichoso. Pero desde ayer, mejor dicho, desde anteayer, se han abierto mis ojos,
y lo primero que he visto ha sido la incapacidad total, la crasa ignorancia de las autoridades.
(Se oyen ruidos, gritos y carcajadas.)
EL ALCALDE.
- Señor presidente…
ASLAKSEN. (Tocando de nuevo la campanilla.)
- En mi calidad de presidente… pido al señor doctor no emplee palabras que…
DOCTOR STOCKMANN.
- ¡Es una ridiculez preocuparse por las palabras que debo emplear, señor Aslaksen! Únicamente quería decir que
me asusta la inmensa villanía de que han sido culpables las personas que ostentan el poder. Las detesto; no puedo con ellas. Son como cabras a las que se dejara invadir un jardín recién plantado. No hacen más que estropearlo todo. Un hombre libre no puede adelantar nada sin chocar con ellas a cada paso. Quisiera acabar de una vez con esa casta de personas como se hace con los animales dañinos…
(Se perciben murmullos.)
EL ALCALDE.
- Señor presidente, ¿cómo permite usted que se digan semejantes palabras?
ASLAKSEN. (Vuelve a tocar fuertemente la campanilla.)
- ¡Señor doctor!
DOCTOR STOCKMANN. (Imponiéndose.)
- Lo que más me extraña es que antes no me haya dado cuenta del valor de esos individuos, a pesar de tener ante mi vista un ejemplar perfecto de su especie en la persona de mi hermano Pedro… ese hombre que nunca retrocede ante sus yerros…
(Se oyen risas y silbidos. ASLAKSEN hace sonar la campanilla con más fuerza aún. EL BORRACHO vuelve a entrar.)
EL BORRACHO.
- ¿Me llaman? Mi nombre es Pedro, y he oído que el doctor…
(Suenan diferentes gritos hasta que consiguen echar otra vez al BORRACHO.)
EL ALCALDE.
- ¿Quién es ese tipo?
UNO.
- No lo sé, señor alcalde; no le conozco.
OTRO.
- No debe de ser de aquí.
ASLAKSEN. (Al ALCALDE.)
- Ese interruptor habrá bebido demasiada cerveza, al parecer. (Al doctor.) Ahora, doctor, puede seguir usted, y procure ser más moderado en sus expresiones.
DOCTOR STOCKMANN.
- No pienso denigrar más a nuestros superiores; quien crea que he de seguir haciéndolo, se equivoca de medio a medio. Estoy seguro de que todos ellos, todos esos reaccionarios, sucumbirán tarde o temprano. No es necesario atacarlos aún para que llegue su fin, y por ende, opino que no constituyen el peligro más inminente de la sociedad. No, no son ellos los más peligrosos destructores de las fuerzas vivas; no son ellos los más temibles enemigos de la razón y de la libertad. ¡No!
MUCHAS VOCES.
- Entonces, ¿quiénes? ¡Diga sus nombres!
DOCTOR STOCKMANN.
- Lo haré. Precisamente es este el gran descubrimiento que hice ayer. El enemigo más peligroso de la razón y de la libertad de nuestra sociedad es el sufragio universal. El mal está en la maldita mayoría liberal del sufragio, en esa masa amorfa. He dicho.
(Gran alboroto. La multitud patea y silba. Algunos ancianos parecen aprobar de un modo furtivo. La SEÑORA STOCKMANN se levanta con ansiedad. EJLIF y MORTEN se dirigen en actitud amenazadora a los escolares alborotadores. ASLAKSEN agita la campanilla y reclama silencio. HOVSTAD y BILLING gritan a la par, sin que se les pueda entender. Pasado un largo rato de escándalo, se restablece la calma.)
ASLAKSEN.
- La presidencia exige que el orador retire lo que ha dicho, porque, de fijo, ha ido más allá de lo que quería.
DOCTOR STOCKMANN.
- Me niego terminantemente, señor Aslaksen. ¿Acaso no es la mayoría de esta sociedad la que me roba mi derecho y pretende arrebatarme la libertad de decir la verdad?
HOVSTAD.
- La mayoría siempre tiene razón.
BILLING.
- Sí. La mayoría siempre tiene razón..
DOCTOR STOCKMANN.
- No; la mayoría no tiene razón nunca. Esa es la mayor mentira social que se ha dicho. Todo ciudadano libre debe protestar contra ella. ¿Quiénes suponen la mayoría en el sufragio? ¿Los estúpidos o los inteligentes? Espero que ustedes me concederán que los estúpidos están en todas partes, formando una mayoría aplastante. Y creo que eso no es motivo suficiente para que manden los estúpidos sobre los demás. (Escándalo, gritos.) ¡Ahogad mis palabras con vuestro vocerío! No sabéis contestarme de otra manera. Oíd: la: mayoría tiene la fuerza, pero no tiene la razón. Tenemos la razón yo y algunas otros. La minoría siempre tiene razón. (Tumulto.)
HOVSTAD,
- ¿Desde cuándo se ha convertido usted en un aristócrata, señor doctor?
DOCTOR STOCKMANN.
- Os juro que no otorgaré ni una palabra de limosna a los desgraciados de pecho comprimido y respiración vacilante, quienes no tienen nada que ver con el movimiento de la vida. Para ellos no son posibles la acción ni el progreso. Me refiero a la aristocracia intelectual que se apodera de todas las verdades nacientes. Los hombres de esa aristocracia están siempre en primera línea, lejos de la mayoría, y luchan por las nuevas verdades, demasiado nuevas para que la mayoría las comprenda y las admita. Pienso dedicar todas mis fuerzas y toda mi inteligencia a luchar contra esa mentira de que la voz del pueblo es la voz de la razón. ¿Qué valor ofrecen las verdades proclamadas por la masa? Son viejas y caducas. Y cuando una verdad es vieja, se puede decir que es una mentira, porque acabará convirtiéndose en mentira. (Se oyen risas, burlas, murmullos y exclamaciones de sorpresa.) No me importa lo más mínimo que me creáis o no. En general, las verdades no tienen una vida tan larga como Matusalén. Cuando una verdad es aceptada per todos, sólo le quedan de vida unos quince o veinte años a lo sumo, y esas verdades, que se han convertido así en viejas y caducas, son las que impone la mayoría de la sociedad como buenas, como sanas. ¿De qué sirve asimilar tamaña podredumbre? Soy médico, y les aseguro que es un alimento desastroso, créanme, tan malo como los arenques salados y el jamón rancio. Esa es la razón por la cual las enfermedades morales acaban con el pueblo.
ASLAKSEN.
- Estimo que el orador se aleja mucho del tema del programa.
EL ALCALDE.
- Conforme. Lo mismo estimo yo.
DOCTOR STOCKMANN.
- Y yo estimo, Pedro, que eres un loco de atar. Voy justamente al meollo del asunto, puesto que estoy hablando de la repugnante mayoría que envenena las fuentes de nuestra vida intelectual y el terreno sobre el cual nos movemos.
HOVSTAD.
- La mayoría del pueblo tiene buen cuidado de no aceptar una verdad más que cuando es evidente.
DOCTOR STOCKMANN.
- ¡Por Dios, señor Hovstad, no me hable usted ahora de verdades evidentes, reconocidas por todos! Las verdades que acepta la mayoría no son otras que las que defendían los pensadores de vanguardia en tiempos de nuestros tatarabuelos. Ya no las queremos. No nos sirven. La única verdad evidente es que un cuerpo social no puede desarrollarse con regularidad si no se alimenta más que de verdades disecadas.
HOVSTAD.
- Bueno, doctor; concrete usted. ¿De qué verdades disecadas se alimenta nuestro cuerpo social?
(Suenan murmullos aprobatorios.)
DOCTOR STOCKMANN.
- Podría nombrar muchas, si quisiera. Bastará que diga una, de la cual viven el señor Hovstad, La Voz del Pueblo y todos sus lectores.
HOVSTAD.
- Diga. ¿Cuál es?
DOCTOR STOCKMANN.
- La creencia heredada de sus antepasados, y que usted defiende impensadamente sin descanso: me refiero a la creencia según la cual la plebe, la mayoría, constituye la esencia del pueblo; a su juicio, el hombre del pueblo, el que encarna la ignorancia y todas las enfermedades sociales, debe tener el mismo derecho a condenar y a aprobar, a dirigir y a gobernar, que los seres elegidos que forman la aristocracia intelectual.
BILLING.
- ¿Qué está usted diciendo?
HOVSTAD. (Al mismo tiempo, gritando.)
- ¿Habéis oído, ciudadanos?
VOCES IRACUNDAS DEL PUEBLO.
- ¡Nosotros somos el pueblo! ¿Es que quieres que gobiernen solamente los nobles?
UN OBRERO.
- ¡Echémosle a la calle! ¡No toleramos que nos trate así!
VOCES.
- ¡A la calle! ¡Afuera! ¡A la calle!
UNO.
- Toca tu bocina, Evensen.
(Se oyen gritos, pitidos, y un escándalo tremendo.)
DOCTOR STOCKMANN. (Cuando se calma el tumulto.)
- ¿Es que no podéis oír por una sola vez en vuestra vida una verdad sin encolerizaros? Realmente, no esperaba convenceros a todos en el primer momento; pero creía que, por lo menos, estaría de acuerdo conmigo el señor Hovstad, que es librepensador…
ALGUNOS. (Asombrados.)
- ¡Cómo! ¿El periodista Hovstad, librepensador?…
HOVSTAD. (Rabioso.)
- Demuéstrelo, señor doctor. Yo nunca he escrito semejante cosa.
DOCTOR STOCKMANN.
- Sí, tiene usted razón, es cierto. Nunca denotó esa sinceridad. En fin, no quiero comprometerle, señor Hovstad. Por lo visto, aquí no hay más librepensador que yo. Os voy a probar que La Voz del Pueblo se burla cuando dice que la mayoría es la esencia del pueblo. Eso no implica sino una adulación, un truco periodístico. ¿Se dan cuenta ustedes? La plebe es la materia prima que hay que transformar en pueblo. (Escándalo.) ¿No se han fijado en la diferencia que existe entre los animales de lujo y los animales vulgares? Piensen en la gallina de un campesino. ¿Qué clase de huevos pone? No mayores que los de una paloma. Imaginaos, por el contrario, una gallina japonesa o española, de casta selecta, y comparadlas. ¿No habéis visto a los perros, esos amigos de quienes casi puede decirse que pertenecen a la familia? Tomad un mastín grande, sucio, vulgar, que mancha todas las esquinas, y comparadle con un perro de raza, cuyos ascendentes se han alimentado bien durante varias generaciones y han vivido entre voces armoniosas y música. ¿No opinan que el cráneo de ese perro de lujo estará desarrollado de un modo muy diferente al del mastín? Creedme: los cachorros de esos perros de lujo son aquellos a quienes los titiriteros y los saltimbanquis enseñan las habilidades más extraordinarias que los otros no podrían aprender jamás.
(Ruido y burlas.)
UN CIUDADANO. (A gritos.)
- ¡Nos compara con perros!
OTRO CIUDADANO.
- ¡No somos animales, señor doctor!
DOCTOR STOCKMANN.
- ¡Condéneme si no sois animales! Todos somos animales. Lo que pasa es que hay una gran distancia entre los hombres-mastines y los hombres de raza. Y lo más gracioso es que estoy seguro de que el periodista Hovstad me dará la razón… tratándose de cuadrúpedos.
HOVSTAD.
- Sí, tratándose de animales, le doy la razón.
DOCTOR STOCKMANN.
- Perfectamente; pero cuando se trata de animales de dos patas, el señor Hovstad no se atreve a compartir mi opinión. Predica en seguida en La Voz del Pueblo que la gallina del campesino y el mastín callejero son más distinguidos y mejores que la gallina y el perro de lujo. Así será siempre con el hombre, mientras no eliminen lo que hay de vulgar en él, para alcanzar su verdadera distinción espiritual.
HOVSTAD.
- No aspiro a distinción de ninguna clase. Soy hijo de una simple familia de campesinos, y estoy orgulloso de pertenecer al cogollo de esa plebe a la que se insulta aquí.
MUCHOS OBREROS.
- ¡Viva Hovstad! ¡Viva! ¡Muy bien!
DOCTOR STOCKMANN.
- La plebe a que me refiero no se encuentra sólo en las clases bajas; también bulle en torno nuestro, aun entre las clases más elevadas de la sociedad. Básteos mirar a vuestro propio alcalde. Mi hermano Pedro es tan plebeyo como cualquier otro bípedo calzado con zapatos.
(Risas.)
EL ALCALDE.
¡Protesto! Están prohibidas las alusiones personales.
DOCTOR STOCKMANN. (Sin inmutarse.) Con todo, en el fondo, no lo es; él como yo, desciende de un viejo pirata de Pomerania. No lo duden ustedes.
EL ALCALDE.
- Esa es una patraña estúpida que niego rotundamente. ¡Falso!
DOCTOR STOCKMANN.
- Pero es un plebeyo, porque piensa lo que piensan sus superiores, porque opina lo que opinan sus superiores. Quienes hacen eso serán siempre plebeyos morales. Por ello digo que mi queridísimo hermano Pedro es tan poco noble en realidad, y por consiguiente, tan poco liberal.
EL ALCALDE.
-¡Señor presidente…!
HOVSTAD.
- ¡Los liberales, nobles! ¡Qué descubrimiento acaba usted de hacer, señor doctor!
(Se oyen burlas.)
DOCTOR STOCKMANN.
- Sí, en efecto, ése ha sido otro de mis descubrimientos; sólo el liberalismo tiene valores morales. Así, pues, conceptúo indisculpable por parte de La Voz del Pueblo afirmar que la mayoría, únicamente la mayoría, está en posesión de los principios del liberalismo y de la moral; que la corrupción, la vileza y todos los vicios son patrimonio de las clases altas de la sociedad, y que de ellas proviene toda la podredumbre, como el veneno que corrompe y contamina el agua del balneario proviene de las porquerías del Valle de los Molinos. (Escándalo. El DOCTOR STOCKMANN, sin turbarse, prosigue sus palabras, arrastrado por sus pensamientos.) La misma Voz del Pueblo pide para la mayoría una educación superior y cabal. Pero la verdad es que, según la tesis del propio periódico, eso sería envenenar al pueblo. He aquí una vieja equivocación popular: creer que la cultura intelectual es contraproducente, que debilita al pueblo. Lo que de veras debilita al pueblo es la miseria, la pobreza, y todo lo que se hace para embrutecerle. Cuando en una casa no se barre ni se friega el suelo, sus habitantes acaban por perder en un par de años toda noción de moralidad. La conciencia, como los pulmones, vive de oxígeno, y el oxígeno falta en casi todas las casas del pueblo, porque una mayoría compacta, que es harto inmoral, quiere basar el progreso de nuestra ciudad sobre fundamentos arteros y engañosos.
ASLAKSEN.
- No puedo permitir que injurie usted de tan grave manera a los presentes.
CIUDADANO 1°
- ¡Señor presidente, haga callar al orador!
CIUDADANO 2.°
- ¡Eso es! ¡Que se calle!
DOCTOR STOCKMANN. (Poniéndose nervioso.)
- Nadie puede impedir que diga la verdad. Apelaré a los periódicos de las poblaciones cercanas. Todo el mundo sabrá lo que pasa aquí.
HOVSTAD.
- Quiere usted arruinar nuestra ciudad, ¿no es eso, señor doctor?
DOCTOR STOCKMANN.
- Amo a mi ciudad lo suficiente para preferir que se arruine a que prospere por medio de engaños.
ASLAKSEN.
- ¡Esto pasa de la raya!
(Se oyen protestas, silbidos y gritos. La SEÑORA STOCKMANN tose en balde, pues no la escucha el doctor.)
HOVSTAD. (Con voz que sobresale de todos los ruidos.)
- La persona que ataca así el bien común es un enemigo del pueblo.
DOCTOR STOCKMANN. (Más violento.)
- ¿Y qué importa que se arruine una sociedad podrida? Lo mejor que se puede hacer es acabar con ella, acabar con todos los que viven de la mentira como bestias dañinas. Terminaréis por contaminar todo el país, y sois capaces de llevar también a él la ruina de la ciudad; si se llega a tal punto de corrupción, gritaré con toda mi alma que este país debe ser aniquilado, que nuestro pueblo debe desaparecer de una vez para siempre.
CIUDADANO 1.°
- ¡Está hablando usted como un auténtico enemigo del pueblo!
BILLING.
- Esa voz que hemos oído es la voz del pueblo, señor doctor.
TODOS.
- ¡Odia a su país, odia al pueblo!
ASLAKSEN.
- ¡Basta ! Como persona y como ciudadano, me sorprende dolorosamente oír lo que ha dicho el doctor Stockmann. Por desgracia, se nos ha aparecido ahora bajo un nuevo aspecto. Contra mi voluntad, me veo obligado a hacerme solidario de los sentimientos de todos los conciudadanos honrados, sentimientos que creo pueden resumirse en la siguiente conclusión: “La presente asamblea declara que el doctor Tomás Stockmann, médico del balneario, debe ser considerado como un enemigo del pueblo.”
(Gritos y escándalo. Varios ciudadanos se agrupan en torno al doctor, silbando. La SEÑORA STOCKMANN y PETRA se ponen de pie. MORTEN y EJLIF se pegan con los demás escolares que silban también. Se los separa.)
DOCTOR STOCKMANN. (A quienes silban.)
- ¡Sois unos estúpidos; digo que sois…!
ASLAKSEN. (Tocando una vez más la campanilla.)
- Retiro la palabra al doctor. En seguida se procederá a la votación. Se votará por escrito y sin firma, para evitar cualquier susceptibilidad. Señor Billing, ¿tiene usted papel blanco? Yo lo tengo azul. (Baja del estrado.) Así concluiremos pronto. Vaya cortando el papel. (Al público.) El azul significa “no”; el blanco, “sí”. Yo recogeré todos los votos.
(El ALCALDE sale de la sala. ASLAKSEN y muchos concurrentes meten papeles dentro de sus sombreros y los reparten entre la multitud.)
CIUDADANO 1.° (A HOVSTAD.)
- Dígame, ¿se ha vuelto loco el doctor?
HOVSTAD.
- Es tan violento…
CIUDADANO 2.° (A BILLING.)
- Usted, que frecuentaba la casa del doctor, ¿podrá decirme si bebía?
BILLING.
- No, no podré. Pero, ahora que recuerdo, en su casa siempre había ponche preparado para las visitas.
CIUDADANO 3.°
- Yo creo que tiene accesos de locura.
BILLING.
- Puede ser.
CIUDADANO 4.°
- No; el doctor ha dicho todo eso por maldad o por vengarse. ¡Vaya usted a saber!
BILLING.
- Quiso que le subieran el sueldo, y no lo ha conseguido…
TODOS. (A un tiempo.)
- ¡Claro! ¡Ya se comprende todo!
EL BORRACHO. (Entre la multitud.)
- Un papel azul… y otro blanco.
VARIOS CIUDADANOS.
- ¡Otra vez el borracho! ¡Afuera! ¡ A la calle !
MORTEN KUL. (Que se encara con el doctor.)
- ¿Está usted viendo, Stockmann, adónde le han llevado sus jugarretas?
DOCTOR STOCKMANN.
- No he hecho más que cumplir con mi deber.
MORTEN KUL.
- ¿Decía usted que las tenerías del Valle de los Molinos…?
DOCTOR STOCKMANN.
- ¿Es que no lo ha comprendido usted? La infección provenía de ellas.
MORTEN KUL.
- ¿De la mía también?
DOCTOR STOCKMANN.
- Sí, sobre todo de la suya, desgraciadamente.
MORTEN KUL.
- Si lo publica usted, le va a costar muy caro, Stockmann.
DOCTOR STOCKMANN.
- ¡Pues no me callaré!
UN NEGOCIANTE. (Hablando al capitán, sin saludar a las señoras.)
- Capitán, ¿cómo ha sido usted capaz de ofrecer su casa a ese enemigo del pueblo?
HORSTER.
- Señor mío, en mi casa hago lo que me da la gana.
EL NEGOCIANTE.
- Entonces no le extrañe que yo haga lo mismo.
HORSTER.
- ¡Cómo! ¿Qué quiere usted decir?
EL NEGOCIANTE.
- Mañana lo sabrá. (Le da la espalda y vase.)
PETRA.
- Capitán, ése es su armador.
HORSTER.
- Sí, el armador Vik.
ASLAKSEN. (Volviendo a agitar la campanilla, en el estrado, con todos los votos en la mano.)
- Señores, vean el resultado: por unanimidad, menos un voto.
CIUDADANO 1.°
- El del borracho.
ASLAKSEN.
- Sí; por unanimidad, menos el voto del borracho, esta asamblea declara que Tomás Stockmann, médico del balneario, debe ser considerado como un enemigo del pueblo. (Resuenan aplausos.) Honremos, pues, a nuestra vieja y distinguida sociedad. (Aclamaciones.) Honremos al alcalde, hombre constante y trabajador, que con toda lealtad y valentía no ha dudado un momento para reprimir sus íntimos sentimientos familiares en aras del bien público. Señores, la reunión ha terminado. (Baja de la tribuna.)
BILLING.
- ¡Viva el presidente!
TODOS.
- ¡Viva el impresor Aslaksen!
DOCTOR STOCKMANN.
- Petra, hazme el favor de darme mi abrigo y mi sombrero. Y usted, capitán, ¿tendrá sitio en su barco para unos emigrantes a América?
HORSTER.
- Para usted y para los suyos siempre hay sitio.
DOCTOR STOCKMANN (Mientras PETRA le ayuda a ponerse el abrigo.)
- Vámonos, Catalina, y vosotros, hijos míos, venid aquí. (Ofrece el brazo a su mujer.)
SEÑORA STOCKMANN. (En voz baja.)
- Tomás, será mejor que salgamos por la puerta excusada.
DOCTOR STOCKMANN.
- ¡Nada de caminos extraviados! (Levantando la voz.) ¡Muy pronto tendréis noticias del enemigo del pueblo! Yo no soy tan bueno como Aquel que dijo: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
ASLAKSEN. (Gritando.)
- ¡Eso es una blasfemia, doctor Stockmann!
BILLING. (Lo mismo.)
- ¡Dios nos guarde! Eso es algo que no puede escuchar ningún hombre razonable.
UNA VOZ RONCA.
- ¡Hasta nos amenaza!
GRITOS AIRADOS.
- ¡Vayamos a tirar piedras a sus ventanas! ¡Hay que arrojarlos al fiordo!
UN HOMBRE. (Entre la multitud.)
¡Toca tu bocina, Evensen! ¡Toca!
(Se oyen bocinazos, silbidos y gritos salvajes. El doctor se dirige a la puerta con los suyos. HORSTER va abriéndoles paso.)
LA MULTITUD. (Grita tras ellos.)
- ¡Enemigo del pueblo, enemigo del pueblo!
BILLING. (Mientras ordena sus notas.)
- ¡Que me cuelguen si me equivoco; pero me parece que esta noche no voy a tomar el ponche en casa de los Stockmann!
(Todos se precipitan hacia la salidas. El alboroto se extiende afuera. Desde la calle se oye resonar un grito: “¡Enemigo del pueblo, enemigo del pueblo!”)
FIN DEL ACTO CUARTO
Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
19-04-2024